La Infancia Misionera es una Obra Misional Pontificia que promueve la animación y formación misionera de los niños y sus animadores, para que cooperen en la evangelización universal, especialmente de los mismos niños. La infancia misionera es una “Escuela con Jesús”, porque desea llevar al niño a hacerse verdadero discípulo de Cristo.
Los niños misioneros de la Misión Gran Río, se suman a esta iniciativa de ser discípulos misioneros de Jesús y quieren del mismo modo que el Amor Misericordioso del Padre llegue a todos los hombres, hasta el confín de la tierra.
Ayudar a los educadores, padres de familia, asesores, catequistas y animadores, a despertar progresivamente en los niños una conciencia misionera universal e impulsarlos a compartir su fe y los medios materiales con los niños necesitados del mundo.
Que los niños puedan crecer y desarrollarse en un ambiente cristiano, donde aprendan la importancia del compartir, la vida de oración y entrega generosa por los demás.
También deseamos que los niños se sientan desde temprana edad que son amigos de Jesús y hagan que otros niños también sean amigos de Jesús.
Para lograr los anteriores propósitos la Infancia Misionera pretende:
El Santo Padre es la cabeza de la obra, un secretario general de la infancia misionera, un director nacional de las obras Misionales Pontificias, un secretario nacional de infancia misionera. En cada diócesis, el Obispo es el Padre y animador de la infancia misionera y a él le colaboran el director y delegado diocesano. En cada parroquia el responsable es el párroco y su vicario parroquial, los animadores misioneros, los asesores y el niño líder, que es el que acompaña y coordina el grupo de infancia.
Misión Gran Río respondiendo a la invitación del Papa que invita a todos los niños a ser parte de esta Obra Misionera, nos sumamos con alegría en la labor diocesana misionera, procurando que todos los niños que son parte de esta familia misionera, sientan el Amor de Dios y se sientan llamados a ser discípulos misioneros para otros niños.
Todos los niños bautizados que demuestren interés por ser parte de esta Obra de la Infancia Misionera. Desde los 6 a los 12 años.
La infancia misionera no es algo impuesto por los adultos sino algo que va surgiendo en el interior del propio niño y le da un papel protagónico en el servicio misionero. Así, los niños terminan contagiando espíritu misionero a las propias familias, a sus amigos, a la escuela y a toda la comunidad parroquial. Permite que los niños tengan la oportunidad de experimentar que han sido profundamente amados por Dios y que ésto lo deben transmitir a otros con su vida.
Es, en verdad, una escuela de formación humana y cristiana. El encuentro con Cristo lleva a los niños a enriquecerse con numerosos valores: la confianza en Dios Padre que llena de alegría y paz, el deseo de realizar su vida con entusiasmo y esfuerzo según el proyecto magnífico del evangelio, la solidaridad y la esperanza que suscita el verse dentro del plan de la salvación cooperando para el bienestar de los demás. En la Infancia Misionera los niños forman una red social de amigos, pero no es virtual sino real. No se conocen en internet, como es frecuente hoy, sino en Jesús. De esta manera, aprenden el amor de Jesús con los que sufren y empiezan a sentir lo que es formar parte de la gran familia humana. Desde niños se hacen capaces de entregar el corazón, comprendiendo, perdonando y sirviendo a otros.
Aquí, se aprende el amor surgen las mejores decisiones de consagrar la vida a los demás; por eso, la Infancia Misionera es también un semillero de vocaciones misioneras al sacerdocio, a la Vida religiosa y al compromiso laical, ya que, desde pequeños, se aprende cuánto de bueno hay en un Evangelio que encuentra en la entrega al prójimo más necesitado la mejor opción para alcanzar una vida plena, que muestra la riqueza del desprendimiento, que enseña a denunciar la injusticia con el fin de que se respete la dignidad de toda persona, que ofrece diálogo para entenderse, que piensa en el otro como amigo y que tiene como fin último el de construir el mundo de paz que Dios nos propone. Los niños van saliendo de sí mismos y, con su oración, sus sacrificios, sus ofrendas económicas para ayudar a otros niños, se vuelven, según una viva imagen de San Pablo, “carta de Cristo” en la que muchos ven y conocen al Señor.